VUELTIANDO SOMBREROS


Eran las 12 del día cuando un carrito verde algo destarlado me llevo a San Andrés de Sotavento, un pequeño poblado a 15 minutos de la vía principal entre Montería y Sincelejo. Una hora poco propicia para un viajero como yo, olvide el cautiverio de dos horas; tiempo en que se encuentra todo cerrado. Solo los restaurantes adquieren vida propia, allí me refugie para esperar a mi contacto e iniciar mis recorridos por las veredas aledañas, como asesor de diseño de las comunidades artesanales.
Aclaro que este recorrido lo hice hace 9 años y no recuerdo el nombre del contacto, quien me llevo por la vía a Tuchin, caminando; hablando de temas artesanales. Llegamos a una casa de madera y palma, a las afueras del pueblo, sede de la asociación de artesanos de San Andrés de Sotavento. Pequeñas muestras de caña flecha tejida, adornaban la entrada. Me explico el trabajo ancestral de las mujeres y su labor trenzando tiras para formar los sombreros. Este héroe, hoy anónimo para mí, sentó las bases de mi conocimiento acerca de su quehacer artesanal, “El sombrero vueltiao”, muy famoso en Colombia y que muchos desconocemos de su simbología, llena historias y significados culturales. Convertido en un accesorio de alegría popular y ¿por qué no? Una forma de evocar el amor de patria cuando lo vemos representándonos como embajador en tierras lejanas.
En mis primeros recorridos entendí, que la vida artesanal late en las veredas del Valle de Sinú, en medio de un resguardo indígena. (Los Indígenas Zenú se asentaron en el Valle hace cientos de años entre los departamentos de Córdoba y Sucre en el caribe colombiano). Quiero resaltar; la compañía perpendicular del sol y el abrazador clima de 35 grados que generaban en mí, la constante búsqueda por la frescura que me ofrecía la sombra de sus casas, viviendas de madera y techos de palma, donde logre comprender parte del origen del sombrero vueltiao recreando como miles de indígenas trabajaban en este inmenso valle, protegidos como viento divino por un sombrero tejido por sus mujeres para distraer el sol y cumplir el diario destino que la vida les ofrece.
En poco tiempo conocí muchas personas, todas relacionadas con la elaboración artesanal de estos sombreros, quienes me guiaron a Tuchín un municipio a 20 minutos de San Andrés de Sotavento. Si hasta el momento me maravillaba el sabor del conocimiento de los frutos de la cestería, Tuchín era un racimo incontable de experiencias artesanales alrededor de la trenza de caña flecha.
Sombrero "Vueltiao"
Sus calles doradas por el sol adornadas por rudimentarias cacetas con un natural acento blanco y negro propio de su tradición cestera, teñidas por el color de accesorios manuales que se mezclan con los sombreros que invitan a los viajeros y turistas a su compra artesanal.
Tuchin es el corazón comercial del sombrero, pero su concepción, la encontramos en sus veredas, donde apreciamos esa unión artesanal entre mujeres trenzadoras y hombres cosedores para crear un objeto similar, pero nunca igual entre sí, allí donde tienes una cita con la Caña flecha y su transformación, un encuentro con el ayer, con la tradición y hasta contigo mismo.
Si quieres tener un panorama claro de dónde estás ubicado, mira la plaza principal y busca un taxista de esos amables y conversadores. Ellos se convierten en los mejores guías turísticos de la región, parecen enciclopedias motorizadas todo lo que preguntes tiene una respuesta rápida, clara y precisa. Son los poseedores de los secretos más íntimos del Valle del Sinú y sus alrededores, te socializan con los pobladores, se convierten en el puente familiar entre este desconocido asesor y sus mejores manos artesanales.
Llevado por caminos polvorientos y transitando por veredas en medio de cultivos, empecé a conocer artesanos y a caminar con ellos, en mi búsqueda por los secretos de la cestería en caña flecha. Recuerdo el cálido recibimiento de los aldeanos con una taza de café o una limonada de esas de panela con limón, alrededor de este rito de socialización una mesa de madera curtida por el agua, el viento y el sol, donde se escribía el resultado de un reciente conocimiento lleno de historia, cultura y tradición.
En cierta ocasión caminaba por el valle como a las once de la mañana, el calor sofocante comenzaba hacer mella en mí, sentía que un pequeño trayecto era como cruzar un desierto interminable, era notorio para los artesanos mi sensación de calor, uno de ellos tomo un vueltiao y me lo presto, al colocármelo sentí una sombra refrescante como cuando tienes mucha sed y te tomas un vaso de agua muy fría, adore aquel sombrero, me motive a caminar sin mas fin, que descubrir cada paso de una cadena de valores que tiene la cestería de Tuchin.
Mientras caminaba y sin darme cuenta estaba pisando un tallo que se extendía por el piso y se ramificaba en tallos cilíndricos con hojas largas y puntiagudas. Ahí fue cuando conocí la caña flecha una planta además invasiva, los campesinos tienen que controlarla para no molestar otros cultivos, uno de ellos dijo: por eso le decimos caña flecha “porque se dispara en cualquier dirección por el piso”.
Trenza tejida en caña flecha 
Esas hojas largas y puntiagudas caen al piso segadas por un machete que las desprende de sus tallos, formando un tapete verde que al finalizar la tarea se reúnen en atados unidos por la misma fibra, el hombro humano es el medio de trasporte que las conduce a casas campesinas donde le espera otro proceso de corte. Una silla de madera vieja, un pequeño cuchillo y una vista al Valle son el escenario para una actividad serena; tranquila, apacible. Ellos la llaman “ripiado” y consiste en dejar el nervio o vena de la hoja limpio y libre. El siguiente acto de la obra Zenu adquiere un nuevo protagonista, una pequeña faja de caucho o cuero que amarran en su pierna donde las venas de las hojas son raspadas hasta dejar una tela natural y verdosa.
Pero ¿cómo estas mujeres indígenas comenzaron a tejer la caña flecha? ¿Quién fue su famosa creadora? La que genero las bases de tan formidable descubrimiento, no encuentro registros y tal vez nunca los encuentre. Posiblemente no es una persona, es toda una comunidad y muchas generaciones que con el tiempo evolucionaron lo que hoy conocemos como la trenza.
La trenza me hace pensar en los peinados de las mujeres y básicamente es algo muy parecido pero en vez de girar 3 o más rollos de cabello, las indígenas usan la nervadura de las hojas de la caña flecha que lavan, tinturan y cortan en pequeñas tiras llamadas pies y entrelazan 11 pies, 15 pies, 17pies, 19, 21 y hasta 27 pies, entre más tiras logre trenzar una mujer más fino será el sombrero.
Les confieso que yo pensaba que comprar un sombrero de 21 vueltas era coser girando la trenza 21 veces hasta formarlo, que equivocado estaba en ese tiempo.
Cada trenza tendrá el ancho de un dedo índice, yo crecí entre pulgadas y milímetros pero jamás pensé que los indígenas tuvieran su propio sistema métrico, es decir, su cuerpo. Ellos miden comparando lo que hacen con sus dedos, brazadas, pies y pasos y lo mejor, son precisos. Por ejemplo: 10 brazadas es un sombrero pequeño y 12 es un sombrero grande, anteriormente tomaban toda la trenza es decir unos 20 metros y la cosían a mano en forma espiral hasta terminar la copa y el ala del sombrero, hoy utilizan máquinas de coser normalmente de pedal y así no requieren de energía eléctrica.
Corte de las hojas de caña flecha 
Pero si trenzar es un espectáculo, la tintura es algo sensacional. Porque es muy natural, quienes hemos cocinado podemos distinguir un sazón de otro, con el tinturado de la caña flecha sucede igual, existen ingredientes iguales pero procesos diferentes; el color blanco es lavar la nervadura de la hoja y dejarla secar. El negro es una mescla de agua, tierra y conchas de plátano hasta formar un barro negro y homogéneo, en él se sumergen las nervaduras durante 2 días y después se cocinan 4 horas con hojas de un bejuco llamado “bija” esto asegura el color. El proceso se repite 2 veces más y así obtenemos un color muy negro.
La experiencia de elaboración es muy enriquecedora y gratificante. Pero el verdadero valor cultural esta en los símbolos, los indígenas zenu las llaman “pintas” y se han trasmitido de generación en generación durante siglos.
Es reconocida la capacidad trasformadora de los indígenas y su estrecha relación con la naturaleza a la que consideran “Madre” porque provee la vida de absolutamente todo, por eso las historias de las pintas están estrechamente relacionadas con lo que los rodea: el Valle del Sinú y su biodiversidad natural, rituales, costumbres y tradiciones. Es por eso que el lenguaje del artesano adquiere forma.
Las pintas es una interpretación geométrica de la naturaleza en sus tejidos, algunas son muy claras porque se plasman figuras como los ojos de la lechuza, el caparazón de las tortuga, la mariposa o el espinazo del bagre, el juego del domino, utensilios de cocina como el pilón que es como un macerador gigante, los granos de café, las flores, la luna nueva. Prácticamente todo lo que observa el indígena lo plasma en sus sombreros e incluso interpretan lo que observan en la actualidad, no sería extraño ver símbolos referentes al Internet o la telefonía móvil.
Costura de las trenzas para formar el sombrero
Existen otras pintas más conceptuales como interpretaciones artísticas de una obra, aires musicales, rituales donde puede mezclarse diferentes elementos colocados de manera aleatoria y que pueden dar el concepto de una actividad.
Aunque existen muchísimas formas me causo curiosidad, ¿porque terminaban tejiendo las mismas? y las respuestas fueron diferentes; algunos se inclinaban por su carácter comercial, otros por su especialización para elaborarlas y otros porque simplemente no sabían que existían tantas. Evoque en las pintas una especie de idioma diferente, como el japonés con miles de símbolos pero las personas se entienden con unos trecientos más o menos.
Las pintas además distinguían el clan familiar del trenzador y cuando los clanes se unían los símbolos también. Esta costumbre le ha perdido con el tiempo.
Después de casi 10 años de mi visita al Valle del Sinú aún conservo el sombrero algo amarillento y desteñido por el sol. Viéndolo pienso que debería ser llamando “volteado” pero lo prefiero con ese acento autentico, caribeño y tropical de SOMBRERO VUELTIAO.

Yilber González Reyes
Diseñador de Producto